El día de la Tierra en el quehacer indígena

Laura Fernández-Montesinos Salamanca

El pasado 22 de abril, se celebró en el mundo entero sin mayores consecuencias, y sin que le demos la importancia debida, el Día de la Tierra. El 24 de mayo el día de la biodiversidad.

Para quienes tenemos la conciencia de que nuestra casa se está cayendo a pedazos, tiene un sentido fundamental. Hoy día la civilización moderna está destrozando a martillo y bala nuestra vivienda y el huerto que nos alimenta. Pero nuestra irresponsabilidad nos obliga a cerrar los ojos.
Desde el año 1970, la biodiversidad se ha reducido en un asombroso 30% gracias a la actividad humana. Estamos muy próximos a una nueva extinción masiva con la particularidad de que esta vez la consecuencia catastrófica de dimensiones extraordinarias que haga saltar la Tierra en pedazos, el meteorito que nos desaparezca como a los dinosaurios, se llama Ser Humano. Y ya es irreversible.

Nuestra irresponsabilidad como civilización moderna ha ocasionado que la pérdida de las culturas sobre las que nos asentamos, hayan perdido esa capacidad ancestral de dar gracias a la Tierra por ofrecernos sus dones y su espacio, en virtud de la mezclilla, los artículos de “pose” y el celular. Pero hemos olvidado nuestro origen. Conscientes de ello, un grupo de jóvenes egresadas de la Universidad Veracruzana, originarias y residentes por voluntad propia en sus comunidades indígenas de la Sierra de Zongolica, han desistido de una vida cómoda entre la civilización moderna, para establecerse junto a sus familias y enseñarles que recuperar sus tradiciones pueden salvarles la vida y la de su medio ambiente. Una decisión difícil de tomar, que manifiesta su generosidad y conciencia.

Marcela Ixmatlahua es ingeniera Mecánica eléctrica. Tuvo la oportunidad de trabajar en el Distrito Federal, pero después de un tiempo, decidió volver a su comunidad y enseñar a la gente que el uso de las formas de vida occidentales no son beneficiosas para ellos ni para su pueblo.

Marcela no sólo conoce los problemas que puede provocar la ingesta frecuente de refresco, un pésimo sustituto para el agua, los está viviendo, pues se manifiesta especialmente en los niños y los ancianos. Muchos de ellos, dice, van al médico con dolencias que se curarían si dejasen de consumir refresco o comida chatarra, y volvieran a sus frijoles y caldos con tortillas y chiles. La desnutrición de los niños no sólo es provocada por la pobreza, sino por el desconocimiento, pues una bolsa de frituras no sustituye a una comida, aunque llene el estómago. El colmo es la basura. Los indígenas que han vivido toda su vida en el campo desconocen que el plástico no se degrada como una hoja de tamal, o la cáscara de una fruta, y desechan los envoltorios y las botellas de refresco en el campo, que tardan cientos de años en degradarse, y contaminan acuíferos. Los pisos de cementos son otra intromisión, pues acostumbran, por ej. a tirar el agua al suelo sin mayores consecuencias.

Miles de niños y adultos mayores padecen problemas intestinales derivados de la contaminación de acuíferos. Y no es por la instalación de una mina o una fábrica contaminante. Son los envoltorios que el mundo moderno ofrece sin pensar en las consecuencias, y que además provocan mala alimentación porque no proveen de los nutrientes esenciales, lo que también desconocen los indígenas.

Marcela está comprometida a explicarles a la población lo beneficioso que es utilizar las cestas de mimbre y los envoltorios orgánicos como hojas de maíz o plátano tradicionales. Además, el uso de materiales propios de la región, y elaborados por ellos mismos, fomenta su propia economía. Hacen rendir sus recursos y se auto-emplean, en lugar de gastar su escaso capital en la compra inútil de productos perjudiciales y contaminantes desde varios frentes: contaminan, no nutren y empobrecen la economía regional. Marcela se queja de que todavía son pocos los que la escuchan, pero no ceja en su compromiso.

De la misma forma, explica a los campesinos que el trabajo tradicional de trabajar la Tierra, es mucho menos invasiva que la heredada. La tala y roza, la quema de rastrojos -tan contaminante para el aire-, especialmente en las colinas, que se ven tan afectadas por el régimen tan severo de lluvias, empobrece el suelo, puesto que los nutrientes se deslizan ladera abajo y las cosechas reducen su calidad hasta quedar improductivo y desertizarse. Ellas instan a los campesinos a reforestar, los convencen de las ventajas de recuperar el terreno, usar nutrientes orgánicos de la tierra, en lugar del perjudicial abono químico, los acuíferos de agua por medio de la siembra de árboles cuyas raíces sujeten la tierra y provean de agua.

En las comunidades indígenas, como en el mundo moderno, la prosperidad de una persona no se mide por sus conocimientos o por su capacidad, sino por la cantidad de bienes que posee. Un coche es, desde luego, símbolo inequívoco del éxito. Sin embargo estas jóvenes comprometidas no luchan por obtener el lucro y la comodidad de una vida carente de sentido si no es ayudando a los suyos a recuperar su forma de vida, y han renunciado a ella. El mismo camino deberíamos tomar por nuestra propia supervivencia.

La recuperación de las tradiciones es una forma de combatir la pobreza, pues conlleva reconocer que estamos en esta tierra como visitantes de paso. Que el planeta nos ofrece todo lo que tiene sin pedir nada a cambio y ni siquiera somos capaces de dar las gracias. El auto-empleo, el uso del atuendo indígena, de los recipientes de arcilla y cestería, que desaparecen cada vez con más rapidez, es una forma de sobrevivir y de luchar por el reconocimiento de la sociedad general y del mundo. La medicina tradicional está en franca recuperación, y goza de un progresivo respeto en casi todos los países occidentales, salvo en las regiones indígenas del mundo, curiosamente, y la lengua original, es signo de identidad.

Hoy día es cada vez más difícil encontrarse con personas que no oculten su identidad nativa sin timidez tras unos jeans, una gorra y un teléfono celular, en lugar de sentirse orgullosos de su origen. Es la labor que Marcela y otras jóvenes como ellas están tratando de poner en marcha con algunos proyectos ecológicos que beneficien a su comunidad y les provea de un modo sustentable de vivir, sin interferir con la vida moderna. Hoy día casi no queda nadie que le dé las gracias a la Tierra por tantos dones que nos ha otorgado. Por eso, el día 22 de abril, en la USBI de Ixtaczoquitlán, y en conmemoración del día de la Tierra, se efectuó un maravilloso ritual: un Teocalli, en el que se ofreció copal, agua ardiente, agua, y productos de la tierra a la madre naturaleza en señal de respeto y de agradecimiento por otorgarnos la vida

Dedicado a Marcela Ixmatlahua y las jóvenes indígenas por la causa de la tierra, con un profundo agradecimiento y admiración.

laurafdez27@hotmail.com

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